El 6 de agosto despegaba rumbo a Hiroshima la primera formación de bombarderos B-29.Uno de ellos, el Enola Gay, piloteado por el coronel Paúl Tibbets, llevaba la bomba atómica; otros dos aviones lo acompañaban en calidad de observadores.
Súbitamente apareció sobre el cielo de
Hiroshima el resplandor de una luz blanquecina
rosada, acompañado de una trepidación monstruosa
que fue seguida inmediatamente por un viento abrasador que
barría cuanto hallaba a su paso. Las personas quedaban
calcinadas por una ola de calor
abrasador. Muchas personas murieron en el acto, otras
yacían retorciéndose en el suelo, clamando en su
agonía por el intolerable dolor de sus
quemaduras.
Pasados los minutos masas de gente quemada totalmente
pero viva con jirones de piel colgando,
mutilados por los escombros, algunos quemados parcialmente
sólo por el lado expuesto a la explosión. Caminaban
sedientos y se tiraban al río, donde muchos se ahogaron en
masa. Los incendios se
sucedían uno tras otro.Media hora más tarde empezó a suceder un efecto extraño: empezó a llover una lluvia de color negro. Esta lluvia traía el carboncillo condensado de todo material orgánico quemado (entre ellos las víctimas humanas), y del material radiactivo de la bola de humo que se había levantado. Esta lluvia causó muchas víctimas días después por anemia, espasmos y convulsiones de origen hasta entonces misterioso.
El caos, el desconcierto y la ruina fue total. El paisaje calcinado adquirió un tono gris uniforme, como si el color se hubiera extinguido, el pasto se volvió rojo grisáceo, el 92% de las edificaciones sólidas de Hiroshima fue arrasado.
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